Lazos, no cadenas

Como en una especie de Síndrome de Estocolmo, cuanto más me apretaban las cadenas que me ataban a él, más creía que le necesitaba. Y cuanto más lo creía, más se apretaban las cadenas. Necesitaba mirarme en sus ojos para saber si estaba guapa o fea, si había sido ingeniosa o había metido la pata, si mis amigas eran lo suficientemente “aceptables” para ser mis amigas…

Cada vez necesitaba más su aprobación sobre mis opiniones, sobre mis decisiones, sobre mis emociones… Cada vez eran más suyas y menos mías.

Creía que le necesitaba para existir, sin darme cuenta de que era su influencia la que, poco a poco, hizo que yo no existiera..

Toda mi vida pasó a un segundo plano: mis amigos, mi familia, mis aficiones…. El centro de mi mundo, mi prioridad absoluta era él. Y mientras más perdía mi propia vida, mi esencia… mientras yo era cada vez menos yo, más creía que le necesitaba.
Lo creía, pero no era verdad.

En algunas relaciones, uno de los miembros de la pareja crea dependencia emocional hacia el otro y lo que deberían ser lazos afectivos, se convierten en cadenas, provocando sufrimiento tanto en la persona dependiente como en su pareja.

Las cadenas nos atan, nos atrapan, nos hacen sentirnos agobiados, presos… Nos producen malestar y necesidad de escapar.

Los lazos nos unen, nos hacen querer y sentirnos queridos. Son intimidad, complicidad, cariño… Nos producen alegría, bienestar y el deseo de estar cerca de la persona con la que los tenemos.

Las relaciones donde existe dependencia emocional son relaciones tóxicas basadas en cadenas. Las relaciones donde la pareja mantiene su independencia emocional, son relaciones sanas basadas en lazos. Y al contrario de lo que pueda parecer, las personas capaces de mantener su independencia emocional pueden querer más a su pareja que las emocionalmente dependientes, y lo que es más importante, pueden querer y quererse mejor.